Lo que siempre debemos tener cuidado de hacer es enfocar nuestro valor en el verdadero orígen del mismo: El Señor Jesucristo. Mucha de la psicología moderna trata de que las personas se vean a sí mismas como especiales por su propio mérito, la Escritura esta en total desacuerdo con este punto de vista:
"Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno." (Romanos 3:10-12)
Nuestra obras en si mismas no son nada digno de gloria:
"Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento." (Isaias 64:6)
Entonces, ¿por qué somos especiales? Porque Dios nos mira como tales. Sin la gracia y misericordia de Dios el hombre no es valioso, y en sí mismo es en realidad corrompido hasta lo más profundo.
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Por el contrario, un creyente verdadero encuentra su identidad por el Espíritu Santo, sabiendo que Cristo en él está formando un nuevo y verdadero hombre (o mujer) y que cada día se va haciendo más y más en la imagen de su Salvador. Es alguien que se ha dado cuenta que "todo lo puede en Cristo que le fortalece," y que "mayor es el que está en él que aquel que en el mundo está." (Filipenses 4:13; 1 Juan 4:4) Cuando te miras en el espejo, no te ves a ti mismo, sino a Aquel que esta siendo formado en ti. No miras las limitaciones del gato que eres, sino el poder del León de la Tribu de Judá siendo formado en tí. Esta es la verdadera idea bíblica sobre nuestra identidad, no un "yo puedo," sino un "Cristo en mí."
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