miércoles, agosto 30, 2006

El origen cristiano de la Universidad


Las mejores universidades del mundo, incluyendo Harvard, Yale y Princeton fueron fundadas primordialmente para el entrenamiento de ministros para el evangelismo de este mundo. Tal vez le sorprenda aprender que una universidad que incluya todas las ciencias no fue una idea secular, sino una idea cristiana. Muchos en las iglesias se sorprenderán al saber que las universidades más reconocidas del mundo eran en un tiempo centros de entrenamiento ministerial.

La idea de una Universidad, un lugar donde las diferentes ciencias pueden ser aprendidas y estudiadas a profundidad nació de un dese de estudiar el mundo de Dios, precisamente porque la creación, se pensaba, es una revelación del Dios verdadero. Se pensaba que el conocimiento limitado sólo a un área o ciencia no era digno del hombre creado a imagen de Dios. El hombre debería poder tener conocimiento de diversos temas, y por ende, un lugar donde todas las ramas del conocimiento pudieran ser exploradas para la gloria de Dios dio lugar a la Universidad.

No estoy seguro de cuando fue que el anti-intelectualismo invadió a la iglesia, pero creo que parte de ello fue gracias a la teoría de la evolución de Charles Darwin. El pensamiento era que si la ciencia había probado que Dios no era necesario, ya que la evolución explicaba el orígen de los animales y el hombre por medio de un proceso ciego, entonces Dios era obsoleto. Los creyentes podían aceptar la ciencia y negar a Dios, o aferrarse a su fe cerrando los ojos a la ciencia moderna. Tal pensamiento estaba muy equivocado, y lo decimos sin exageración, especialmente porque la evolución asumió la mayor parte de sus teorías principales sin evidencia que la apoye.

Los apostólicos son llamados a reclamar la verdadera ciencia (en todas sus disciplinas) para la gloria de Dios. Puedo imaginarme la diferencia que Harvard, Yale y Princeton (entre otras) hubieran hecho en nuestro mundo si hubieran permanecido como centros cristianos de educación y entrenamiento. Dios y la ciencia verdadera nunca se oponen el uno al otro.


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